martes, 5 de junio de 2012

Señor Gigante, píseme otra vez.

A partir de hoy voy a esconder la piedra y a mostrar más la mano. Por qué, te preguntarás. Bueno, creo que el hecho de que intenten lapidarme aún a estas alturas me ha servido para darme cuenta de que en este mundo hay mucha gente que disfruta haciendo daño. Las razones las desconozco, aunque las intuyo. Pobres infelices. Te asombraría la cantidad de personas que no me soportan. Soy un encanto, tú lo sabes mejor que nadie, pero es obvio que no todo el mundo sabe verlo. Tampoco me interesa. Me gusta que haya gente que no me soporte y que aun así se molesten en saber de mi. Seguramente si pudiesen leer esto lo harían. Con una mueca de desprecio en sus caras, pero con los ojos bien abiertos. Es satisfactorio, no todo el mundo puede presumir de ello. Tampoco debería hacerse, pero ya sabes que nunca hago lo que debo.

Vas a pensar que soy un arrogante. Intenta leerme con el cinismo y la sutil ironía que me caracterizan para evitar caer en una espiral de malentendidos. Tampoco te olvides de mi expresión facial, si la recuerdas. Que soy muy de hablar sin hablar. Hay cosas que nunca cambian, para bien o para mejor.

¿Sabes qué creo? Que mi principal error ha sido ser transparente y opaco a la vez. Algo traslúcido, a veces. Como un espejo empañado. No me gusta ser tan ambiguo, me da la sensación de que la gente no me comprende. No sé, para peinarse después de un baño esperan a que el vaho del espejo se vaya, ¿no? A lo mejor son como yo, que prefieren salir a la calle con el pelo alborotado. O buscan otro espejo por la casa, que hace el mismo apaño sin empeño. Pero bueno, ya dije que no iba a juzgar a nadie por ello, y menos si no utilizo un peine desde hace años. Y es que para qué. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario