lunes, 23 de julio de 2012

Ignición.

Podría escribir los versos más tristes esta noche. Escribir, por ejemplo: La noche está estrellada, y tiritan, azules, los astros, a lo lejos. Podría, pero hasta la tristeza conlleva una belleza que no sabría llegar a transmitirte ni en la peor de mis noches. Y menos aún con palabras.

Hoy, hasta las estrellas parecen solitarias. Miles de esferas brillantes en un lienzo oscuro, tan próximas unas de otras, pero tan distantes... Lo importante, ojos grises, es que siguen brillando. A pesar de todo.

Ojalá mi nombre perteneciera, tan solo por esta noche, a la más mediocre. A la mancha menos visible del cielo. A la esfera menos brillante. Al brillo de tus ojos cada vez que se encuentran con los míos.

Que no son estrellas, pero también me incendian. Aunque lo hagan sin querer.

martes, 10 de julio de 2012

Hagamos cuentas.

Balances. Tan necesarios tras una etapa de cambio como las duchas de agua fría. Y es que no hay mejor manera de ordenar el caos interno que clasificándolo en categorías. No te dejes engañar por eso que dicen de que en todo caos existe un orden, que luego no hay quien salga a la calle con los calcetines emparejados.

Empecemos por lo positivo, va. Demasiadas cosas. Una nueva ciudad, para empezar. Grande. Completa. Algo caótica, también. Casi perfecta. Tan capaz de enamorar como de romper corazones. Después están los pedacitos de carne que han evitado que camine por las vías y me han ayudado a subir al tren. Sí, aunque parezca mentira aún hay gente que prefiere llegar tarde al trabajo, a pesar de que eso implique quedarse sin su café táctico de las doce. Increíble. Y las aspiraciones. Como la espuma, aunque ya se sabe, con esto de la crisis y los champús baratos...

Por otro lado está lo malo. Lo negativo, o lo menos bueno, como prefieras llamarlo. Hoy no me apetece hablar de lo malo. Y no, no me mires así, para eso no me mires. Deja que este brote de optimismo crezca. Y no me recuerdes que siempre se me olvida regar las plantas, que ya lo sé. Lo sabemos, que es peor. ¿Por qué la gente sigue regalándomelas?

¡Ah! Una última cosa: he contado hasta cien... ¡Y funciona!